La escuela de danzas se concibe como un entorno óptimo para la enseñanza de este arte. El enfoque no solo se centra en la funcionalidad, sino también en crear un ambiente agradable para la comunidad. La escuela se proyecta como un espacio público abierto, fomentando el diálogo y el intercambio comunitario.   
La cotidianidad del edificio se transforma en un escenario, una escalera recorre el intersticio, actuando como metáfora arquitectónica de la danza, convirtiéndose en el bailarín que conecta niveles y áreas con gracia.
 Los espacios dejan de ser estáticos para convertirse en composiciones espaciales que, al igual que la danza, transmiten una narrativa dinámica y expresiva. 

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